En esta obra Alejandra Filadoro se sirve de la figura del mandala, que en el hinduismo y el budismo se utiliza para evocar representaciones tanto del macrocosmos como del microcosmos. A través de este círculo que confluye al centro nos presenta colores y formas que se repiten, a la vez que nunca son exactamente iguales, generando un mundo nuevo y sugestivo que atrapa la mirada en un viaje a tierras fantásticas y lejanas.