Hacia fines del siglo XVIII la provincia de Misiones se extendía desde el sur de Paraguay al sur de Brasil, pasando por lo que son hoy las provincias de LA Argentina y Corrientes.
Además de ser la provincia más poblada del río de la Plata con cerca de 150.000 habitantes, era la más avanzada. En los pueblos organizados por las misiones jesuíticas florecían las artes, las ciencias y la industria.
Este desarrollo se basaba en el respeto del idioma y muchos aspectos de la cultura guaraní, como la posición social o comunal de la tierra.
No menos importante fue la educación militar que los jesuitas dieron a los guaraníes, lo que les permitió resistir a las continuas invasiones de los bandeirantes portugueses que intentaban capturarlos para venderlos como esclavos para las plantaciones de caña de azúcar.
En 1767, el rey de España, Carlos III, ordenó la expulsión de la orden jesuita de todas las colonias de la corona española, lo que marcó el fin del “estado misionero” y de sus pueblos.
La mayor parte de los guaraníes se dispersó buscando emplearse en centros urbanos de españoles o en las nuevas estancias surgidas en las antiguas propiedades de las misiones. Pero en 1810 las experiencias de las misiones, que habían durado 150 años, estaban frescas en la cultura y en la memoria de los misioneros.
Las ideas de libertad, autogobierno y derecho a sus tierras estaban vivas. Y también estaba vivo el convencimiento de que solo luchando hasta sacrificar sus vidas podrían protegerse de las agresiones de los esclavistas portugueses y de las oligarquías criollas que también querían esclavizarlos.
Tomás de Rocamora, gobernador interino de Misiones, adhirió de inmediato a la Revolución de Mayo y convocó a los cabildos a hacer lo mismo. Misiones fue así una de las primeras provincias del Virreinato que adhirió a la Primera Junta, el 18 de junio de 1810.
Inmediatamente después de las noticias que daban cuenta de la formación de la Primera Junta de gobierno en Buenos Aires llega otra noticia alarmante. Un nuevo Virrey habia llegado al río de la Plata, con tropas y la misión de sofocar la Revolución de Mayo. Uno de los más grandes líderes de la independencia americana, José Artigas, convoca al pueblo de la Banda Oriental del Uruguay a que se levante en armas en defensa de la revolución. Espontáneamente, numerosos caciques, Carhuaz, guaraníes y de otras etnias agrupan sus milicias en apoyo a Artigas.
De Misiones parten importantes contingentes, uno de ellos bajo el mando de Andresito Guacurarí. Andrés Guacurarí fue un guaraní misionero nacido el 30 de noviembre de 1778, algunos dicen que en Santo Tomé, otros que en San Borja, pero podemos superar esta discusión afirmando que nació en Yapeyú, donde gobernaba Juan de San Martín, padre de José Francisco, el “Padre de la Patria”.
Andrés Guacurarí llamado cariñosamente “Andresito”, nació curiosamente el mismo año y en el mismo ambiente guaraní que José de San Martín.
Su cultura fue muy completa. Fue músico. Hablaba y escribía correctamente castellano, portugués y guaraní.
Su lucha se orientó hacia dos objetivos: la lucha contra las fuerzas extranjeras que invadieron el territorio misionero y la defensa de los principios federalistas sustentados por Artigas.
Mientras tanto en Buenos Aires, los conservadores avanzaban en la conducción política del gobierno descabezando a los revolucionarios populares. Moreno moría envenenado en ultramar y Castelli era encarcelado.
Un triunvirato de los “ganadores” reemplazó a la Junta y negocio con Montevideo un armisticio a espaldas de los jefes de las fuerzas sitiadoras, comandadas por José de Artigas.
Artigas, indignado, resuelve retirarse hacia Salto. Inicia la marcha con su ejército en octubre de 1811, sumándosele las fuerzas de “Andresito”.
Es el éxodo oriental en el cual José Artigas se convertirá en un conductor de pueblos en la lucha revolucionaria popular, enfrentando a las fuerzas monárquicas, a los realistas de Montevideo y a los unitarios de la oligarquía porteña.
Quizás fue entonces, en 1811, que José Artigas apadrinó y adoptó a “Andresito” y desde entonces se lo conoce como Andrés Guacurarí de Artigas o Andrés Artigas.
Andresito asumió el gobierno de Misiones con el cargo de comandante general. Instaló su sede en Candelaria. Su gobierno fue recto y justo, procediendo en todo conforme a la representación política antigüista. Recuperó los pueblos misioneros sobre el Paraná y los cabildos guaraníes volvieron a funcionar regularmente durante su gobierno. Se encargaron de administrar las estancias y yerbales y comerciar con las demás provincias.
También ejerció la gobernación de Corrientes hasta abril de 1819. Allí reorganizó el gobierno civil y ningún pueblo dejó de tener autoridad constituida.
Andresito se abocó a la tarea de liberar indios y esclavos. Realizó el reparto de tierras a los que necesitaban y a los que las querían para trabajarlas.
No es de extrañar que las elites, las mismas que posteriormente se aliaron con la contrarrevolución y los unitarios, no sintieran simpatía por Andresito. Estas elites estaban formadas por ganaderos que anhelaban la ocupación de los campos misioneros, y por comerciantes deseosos de establecer vínculos con los portugueses.
Tampoco es de extrañar que tras la derrota del proyecto federal de Artigas en el norte argentino, esos mismos sectores sociales reescribieron la historia borrando de ella las figuras de Andrés y de Artigas.
Ante la invasión portuguesa, Andresito se propuso reconquistar las misiones orientales.
Inició la marcha con 1.000 hombres desde Santo Tomé, en 1816, e instaló su campamento en Itaquí, frente a Alvear, Corrientes.
Los portugueses volvieron a atacar en 1817 en las cercanías de la barra del Aguapey y saquearon e incendiaron los pueblos de Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé, Santa María y Mártires. A Apóstoles, San José y San Carlos sólo los saquearon y llevaron cuanto había de valor. Finalmente, los ejércitos de Andresito los derrotaron en Apóstoles y San Carlos. Para 1819 el ejército de Artigas no contaba ya con suficientes medios y hombres para resistir a los invasores. Solo Andresito volvió a la lucha. Abatió guarniciones enemigas y tomó posesión de los pueblos orientales.
Después marchó al Sur intentando contactarse con Artigas. Decidió volver y en su contramarcha chocó con las fuertes columnas brasileñas, en Ita-curuví, en julio de 1819. El combate fue violento y Andresito debió retirarse y dispersar sus tropas con la consigna de reunirse en la otra banda del río Uruguay. Algunos lo consiguieron, otros grupos fueron alcanzados por los portugueses y se propusieron sangrientos entreveros. Cuando Andresito se preparaba para cruzar el río en una jangadilla, con un pequeño grupo, fue sorprendido por una fuerte patrulla que lo tomó prisionero.
Allí se pierde todo rastro histórico. Desde entonces el comandante Andrés Guacurarí es un desaparecido político. Quizás el primer desaparecido de nuestra historia.
Si Andresito luchó hasta su muerte en la defensa de las fronteras de nuestra patria, no menos comprometida fue su participación en las luchas en defensa de los ideales de la Revolución de Mayo y del federalismo.
Con la derrota del proyecto federal de una unión de pueblos libres, defendido por Artigas, Misiones fue desmembrada y reducida a un territorio empobrecido y marginal, a la que se le negó hasta el carácter de provincia. La población de Misiones se redujo apenas a unas 3.000 personas.
Casi, casi, nos borraron de la Historia.
Pero los pueblos y los ideales no mueren tan fácilmente. Casi 140 años más tarde, Misiones recobraría la identidad de provincia, bajo el gobierno nacional y popular del general Perón. Hoy, Misiones honra la memoria de Andresito Guacurarí, respaldando mayoritariamente el proyecto nacional y popular.
Un proyecto que, en este Bicentenario de la patria, se afianza en todo su territorio, desde Tierra del Fuego hasta Misiones, donde aún resuenan las palabras de Andresito:
“Ea pues, paisanos míos, levantad el sagrado grito de la libertad, destruid la tiranía y gustad el delicioso néctar que ofrezco en las venas del corazón que lo traigo deshecho por vuestro amor “.
“La muerte será una gloria, el morir libres y no vivir esclavos que, como héroes los posteriores cantarán“.