Paridad es un punto en la reforma electoral que tratara en su momento esta Cámara; reforma “inmovilizada” en el Senado. No es una cuestión menor, puesto que en verdad estamos dando tratamiento a la sanción del Senado de la Nación que particulariza este tema, lo separa del conjunto. También es cierto que el proyecto, teniendo dictamen de las tres Comisiones a las que fue girado, no ha sido priorizado como un punto en el temario.
Honestamente, todos hubiéramos deseado no tener que establecer por ley estos requisitos; pero lo cierto es que aún hoy persisten configuraciones en las relaciones de poder que han impedido, de hecho, que las mujeres superemos el famoso 30 por ciento que por la ley de cupo se ha establecido. Aquí no tiene que ver con capacidades individuales, sino con la construcción de relaciones de poder y de espacios que todavía hoy persisten en muchos casos como privativos de algunos sectores.
Las mujeres, si se me permite el término, somos el sector más grande que ha visto vulnerado sus derechos y su participación efectiva. Está claro, no somos el único. Pero en la historia del mundo, la lucha por la igualdad siempre se ha iniciado por el reconocimiento a las mujeres, por ser el colectivo de mayor dimensión que ha visto lesionados estos derechos.
Como dije al comienzo, las circunstancias en las que se habilita el tratamiento del tema no son las más apropiadas. No es un punto que ayer se haya acordado en la reunión de Labor Parlamentaria; pero el proyecto estuvo en la Cámara todo un año. El riesgo de que la espera diluyera una oportunidad, subestima el esfuerzo de quienes vienen trabajando desde hace mucho tiempo en hacer de esto una realidad.
No se trata de llevar la cuestión a la historia de vida personal. Si es por eso, en la galería de ex concejales de Esperanza, mi ciudad, los hombres piden “cupo masculino”. Por el contrario, se trata de comprender que es necesario avanzar en el desmantelamiento de estructuras de pensamiento que signarán la historia de Occidente y fijarán en los imaginarios, para las mujeres como para tantos otros grupos -repito-, un lugar de subalternidad. Lo deseable es que el día de mañana no existan leyes que regulen la participación de ningún grupo. Pero todavía nos queda desandar mucho como sociedad, reconfigurar muchas relaciones, respetar todas las identidades de género. Insisto, la historia nos ha enseñado que el inicio siempre es el reconocimiento de las mujeres como gran colectivo; pero detrás de ellas comienza luego un proceso de discusión por garantizar más derechos. Un gran filósofo francés definía a esto como el sentido de la democracia: el derecho a tener derechos. De eso se trata la jornada de hoy, que es histórica, porque la clase política que ha estado históricamente dominada en su mayoría por un solo género va entendiendo que debe abrirse a la pluralidad. Como lo sostuvimos desde el bloque Demócrata Progresista en ocasión del tratamiento de la reforma electoral, ésta no es la mejor medida: la ley de cupo es un piso; la de paridad, un techo. Conlleva renunciar a la posibilidad de un Congreso mayoritariamente femenino, por ejemplo. Sin embargo, hoy por hoy, falta mucho por hacer en la reconfiguración de las relaciones de poder.
En ese sentido, esta norma es un paso hacia adelante. Sería adecuado pues en su perfeccionamiento, evaluar los avances en orden a la legítima aspiración de que estas herramientas se vuelvan innecesarias y, por tanto, ensayar un límite en el tiempo. Pero eso no es lo que ahora está en discusión. Hoy se ha dado un paso y, delante de él esperemos se inicien muchos otros más.