En esta declaración se expresa un objetivo compartido que impregna nuestra historia política y personal: la recuperación de las islas Malvinas.
Aun cuando cambie su composición, este Congreso seguramente ratificará un legítimo anhelo que cruza generaciones. Podría ser el ámbito para consolidar políticas que amalgamen los basamentos de la unidad de la Nación. La convicción y decisión con que vertebramos con obras de infraestructura nuestro territorio continental; como defendemos nuestros mercados, tanto el interno como el externo; como fomentamos el aprovechamiento de nuestro recursos, tanto naturales como humanos; como resguardamos nuestra fronteras y equilibramos el asentamiento poblacional, informan a propios y extraños sobre la consecuencia con que abordamos la integralidad territorial que invocamos para las islas del Atlántico Sur. Una cláusula constitucional lo manda. Lo que nos falta es una política que emplace correctamente nuestros objetivos nacionales, no supeditados a cuestiones ideológicas o afinidades que mutan como los gobiernos de los países. Los pasos en una dirección y la contraria nos debilitan ante un país con aquilatada experiencia en asuntos mundiales.
Desde la cancelación, en marzo de 2007, de los acuerdos de cooperación celebrados en setiembre de 1995, los británicos avanzaron en la exploración hidrocarburífera entorno a las islas Malvinas. En enero de 2010, llegó a esa área la plataforma Ocean Guardian y a comienzos del año en curso lo hizo la plataforma Leiv Eiriksson. Gran Bretaña adjudicó permisos a Borders & Southern Petroleum, Falkland Oil and Gas, Rockhopper, Argos y Desire. Nosotros protestamos y logramos valiosas solidaridades. Cuando hace semanas se escaló en el tenor de las declaraciones, llevábamos tres años sin acreditar embajador en Londres y cuando denunciamos militarización de la zona ante la ONU, no teníamos, como tampoco tenemos hoy, cubierta nuestra representación permanente ante ese organismo. Como bien lo recuerda Rodolfo Terragno podemos apelar a una resolución del Senado Nacional para demostrar en la ONU cómo Gran Bretaña niega la posible autodeterminación de los isleños a los que se otorgó la condición de ciudadanía del Reino Unido.
Es cierto que no hay derechos adquiridos por la fuerza, pero mientras se sustancia el diferendo los hechos imponen sus consecuencias y van desnivelando el tablero donde se desenvuelven tantos intereses.
Sin abusar en la comparación, analicemos por qué Hong Kong, enclave colonial británico desde 1842 (9 años posterior al apoderamiento de Malvinas) fue recuperado por China en 1997, o por qué Brasil es un jugador importante en la política internacional. ¿No tendrá una correspondencia con el grado de desarrollo productivo, con la coherencia de una diplomacia discreta y profesional, con el entrelazado de intereses mutuos y convergentes con distintos actores internos y externos, públicos y privados lo que determinaron ese recorrido?
Si el comienzo es el diálogo y el sereno estudio de puntos de acción, mal nos encaminamos reproduciendo consignas descalificadoras o estableciendo hipótesis de máxima antes de sentarnos a dialogar sobre premisas accesibles. Los pedidos de la ministra de la Producción y la correspondiente reacción de la Unión Europea son deslices poco profesionales en un mundo globalizado. No debiéramos dar excusas para que los británicos se victimicen gratuitamente. Ello no implica renunciar de antemano al objetivo sino fortalecer posiciones negociadoras que se inician destrabando aquello que las impiden de antemano. Señalo como ejemplo para que se entienda: si estuviéramos explorando nuestra plataforma continental con empresas de todo el mundo ¿tendríamos más o menor potencia para avanzar en negociaciones paralizadas, donde a nuestra ratificación de soberanía se le suceden actos que la lastiman?
Es evidente que la voluntad de una Nación, excluidas las operaciones bélicas, se manifiesta cuando va acercándose a los objetivos que se propone. Ese es el imperativo que debería inspirar la conducta posterior a esta declaración. Ese es el mandato a quienes actualmente ejercen el poder y a quienes los sucedan, para que no tengamos que votar dentro de un tiempo otro reclamo mientras en esa parte de nuestro territorio otros la desconocen complicando nuestra proyección antártica.
En Malvinas confluyen sentimientos que debemos canalizar eficientemente. Ningún simulacro, por efectista que resulte, será conducente para acercarnos al propósito, tan noble como convocante, que jamás debería ser usado para distraer la atención o para obtener un rédito partidario. Son muchos argentinos que reflexionan sobre este tema y exponen sus ideas para iluminar con diferentes miradas esta cuestión. Todo ese capital intelectual y social podría nutrir un agenda para Malvinas y tenemos la obligación de aprovecharlo para pergeñar una estrategia operativa.
Muchos compatriotas ofrendaron su vida y muchos sobreviven con padecimientos por participar de una aventura encarada desconociendo las coordenadas internacionales. Un camino para no volver a recorrer y muchas enseñanzas para consolidar una política exterior consistente.